El grave problema de fondo es que políticos como Enrique Márquez y María Corina Machado, entre otros, se niegan con enconada obstinación en llamar a las cosas por su propio nombre.
Humberto González Briceño.
Normalmente cuando en los debates se dice que la situación política de Venezuela es única y no se puede comparar con otras experiencias no se está aludiendo a la especificidad que presenta la coyuntura sino más bien se trata de la deliberada renuencia a usar apropiadamente categorías políticas ya existentes para caracterizar lo que la realidad nos presenta.
Por eso políticos opositores, analistas e influencers buscan atajos y encuentran los más creativos subterfugios para definir al régimen chavista como un Estado fallido o un sistema autoritario dentro del cual más o menos se puede operar políticamente. Después de todo hay elecciones (aunque se las robe el régimen), hay liberaciones calculadas de presos políticos (aunque luego los vuelvan a encarcelar) y hasta se puede decir lo que sea contra el gobierno (aunque eso puede terminar costando la libertad o la vida).
La falsa oposición que ya tiene un cuarto de siglo tratando de salir del chavismo por la vía electoral no puede quitarse su autoimpuesta camisa de fuerza al calificar al chavismo como como un régimen en el que, a pesar de ser autoritario, todavía se puede hacer algo desde adentro. Unos presentan como ardiente evidencia que María Corina Machado sigue en la calle llamando a reconocer el triunfo de Edmundo Gonzalez y no la han apresado a pesar de las insinuaciones de los operadores del régimen. Eso quiere decir algo, aseguran socarronamente los ilusos sugiriendo que ella está blindada por una fuerza que la hace inmune a la mortalidad de otros como el General Raúl Isaías Baduel, por ejemplo.
Evadir definir al chavismo por lo que orgánicamente es encuentra su justificación en seguir actuando en esa especie de semilegalidad que arrastra a políticos como Enrique Márquez a repetir con terquedad incansable que el se aferra a la Constitución chavista de 1999 y a las instituciones del Estado chavista (TSJ, CNE, FANB) para que se logre una solución negociada. Con enternecedora candidez Márquez le dijo al periodista Vladimir Villegas que el problema es que en las negociaciones de la oposición y el chavismo en República Dominicana, México y Barbados en centro no había estado en la gente. Entonces según él habría que seguir internado una vía negociada entre chavismo y oposición, pero cambiando el énfasis adjetivo para lograr una solución.
Márquez al igual que la gran mayoría de sus colegas de la oposición electoral, incluida María Corina Machado, son prisioneros impenitentes de una concepción dramáticamente equivocada frente al chavismo y su régimen político. La realidad nos muestra que no hay instituciones al servicio de la nación venezolana como machaconamente repite Márquez. Tampoco existen garantías ni protección para la protesta ciudadana como parece sugerir Machado cuando, para vértigo de muchos, invita a las madres, a los niños y los ancianos a salir a la calle, en familia, a reclamar por sus derechos. Por supuesto que eso es lo que corresponde si existieran unas condiciones mínimas de tolerancia a la disidencia y respeto a la vida. Pero ya sabemos cómo actúa el régimen chavista contra madres, niños y ancianos.
El grave problema de fondo es que políticos como Enrique Márquez y María Corina Machado, entre otros, se niegan con enconada obstinación en llamar a las cosas por su propio nombre. En otras palabras, la caracterización que ellos hacen del régimen chavista es engañosa e imprecisa porque de entrada lo cubre con una nube de humo que impide ver los rasgos esenciales de un Estado que contiene todos los elementos de un régimen fascista, con partido único, ideología oficial e implacable represión de la disidencia.
La predica esperanzadora de políticos como Márquez y Machado impide ver la gravedad que representa un régimen político donde todas las instituciones del Estado están controladas por el PSUV, incluidas las Fuerzas Armadas. ¿Qué perspectiva de cambio puede existir realmente cuando los operadores del régimen chavista, con impecable racionalidad fascista, están convencidos de que su revolución está por encima de la decisión de millones de venezolanos? Es decir ¿Existe alguna posibilidad de derrocar al régimen fascista que dirige Nicolás Maduro por otros medios que no sean los de una fuerza militar superior que se imponga y los doblegue? Eso es lo que habría que preguntarle a Márquez y Machado cada vez que insisten en la negociación o en sacar a la calle a la población civil desarmada, respectivamente.
Hay una razón práctica para no llamar fascismo al fascismo chavista. Y es que una vez que esa caracterización queda establecida no es posible devolverse. Una vez que se admite que lo que tenemos al frente no es otra cosa que un régimen fascista, o neofascista para ser más precisos, entonces habría que abandonar los métodos convencionales para sacarlos del poder. Y eso por supuesto, también hay que admitir, no es una situación fácil por el estado de represión y abatimiento en que se encuentra la población civil desarmada en Venezuela.
Por eso el discurso melifluo y ambiguo de políticos como Márquez y Machado siempre nos arrastra por veredas laberínticas de esperanzas inciertas en espera de un mítico quiebre militar, de una evanescente presión social o de una ayuda internacional que nunca termina de llegar.
Si algo hemos de aprender del 28 de julio es que las cosas hay que definirlas por lo que son y no por lo que deseamos ver. Seguir huyendo de la inevitable caracterización fascista del régimen chavista solo conducirá a más pérdida de tiempo, de vidas humanas y hasta quizás, quizás, la pérdida definitiva de la República de Venezuela.
Artículo original en: El Nacional
Autor: Humberto González
EL AUTOR es abogado y analista político, con maestría en Negociación y Conflicto en California State University.
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